miércoles, 13 de febrero de 2013

CAMBIOS EN EL VATICANO


El próximo Martes 19 de febrero a las 20: 30 horas,  Carlos Díaz, representante del personalismo comunitario, compartirá con nosotros la capilla del Parador. La visita ha coincidido con un gran momento histórico: abdicación de Benedicto XVI, una situación política lamentable, el Estado en el punto de mira. 
Es un gran momento para oír sus críticas, propuestas, lo que piensa de la cúpula católica y para preguntarle a un gran conocedor de las religiones nuestras dudas.
Nuestro paisano y querido Benito Estrella presentará a este peculiar y comprometido filósofo. Para ello ha elaborado un cuadernillo sobre el autor con una selección de sus textos, que entregaremos al público asistente. Como adelanto transcribimos aquí su vida y un texto interesantísimo:


 Carlos Díaz Hernandez: Canalejas (Cuenca) 1944. Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid con Premio Extraordinario (1969); Licenciado en Derecho (1971) y Diplomado en Altos Estudios Constitucionales (Instituto Superior de Estudios Políticos, Madrid, 1974). Profesor de Historia comparada de las religiones en la Universidad Complutense de Madrid.


Las particulares características del conferenciante obligan a una presentación especial. Carlos Díaz es probablemente el autor de libros filosóficos más prolífico del mundo (más de doscientas obras publicadas sobre filosofía, teología, pedagogía, política, ética…) y un filósofo peculiar que responde, con la coherencia de su trayectoria, a la famosa tesis de Marx sobre Fuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, ahora se trata de transformarlo”, aplicada al cristianismo personalista y comunitario que profesa con sus libros y con su vida.

Ha traducido al español unas treinta obras de los autores más importantes de las lenguas europeas (Marx, Lacroix, Bakunin, Danielou, Mounier, Hegel, Buber, Guardini, Levinas…) y a su vez sus libros han sido traducidos al inglés, francés, portugués, italiano, turco, alemán, rumano, polaco, catalán, gallego y vasco. Se han publicado unos cuarenta libros de comentarios sobre su obra, ha prologado unas setenta y ha dirigido veintitantas tesis doctorales.

Hay que señalar aparte su labor como editorialista de revistas y colecciones de libros; y muy especialmente la fundación y presidencia del Instituto Emmanuel Mounier en España, Paraguay, Argentina, México y Colombia y la dirección de la revista Acontecimiento, órgano de expresión del Instituto, que lleva apareciendo ininterrumpidamente desde hace treinta años. Se puede consultar la web del Instituto, donde se pueden leer artículos de la revista y ver su interesante fondo editorial: http://www.mounier.es/

Ha recibido numerosos premios, de los que resaltamos tres internacionales: Premio Internacional Emmanuel Mounier (París, Francia), Premio de la Academia Internacional de Humanidades (Valencia, España) y Premio Gigante del Espíritu (Valencia, España). En la actualidad da conferencias por todo el mundo (EEUU, Sudamérica, Europa y África).

Os dejamos con un texto extraído del cuadernillo, interesante y muy actual:


El Estado mínimo sólo puede aceptarse como Estado social y democrático, siempre y cuando sea social y democrático, es decir, ético. Lo primero exige la justicia social no meramente retórica, la toma de medias estructurales para evitar las trágicas diferencias salariales, la horizontalidad máxima, la coordinación y la movilidad (no la inmovilidad vertical del comunismo estatalizador leninista), es decir, todo lo que como meta constituye el ideario de la economía non profit, orientada a abolir las disimetrías Norte-Sur no sólo dentro de un país sino en una economía global sana. El Estado personalista y comunitario, pues, sigue sin renunciar al incumplido e inédito lema del 1789: Libertad, igualdad, fraternidad. Y, dado el carácter antropológico de cuanto toca el ser humano, todo lo antedicho ha de expresarse con formato educativo activo: enseñando mediante la acción escolar virtuosa. Con el ejemplo. De ahí, en última instancia, la primacía de la virtud (valor realizado) sobre el valor desfalleciente y meramente ideológico. Al Estado hay que exigirle virtudes, y no sólo retórica axiológica, es decir, comportamiento utoprofético. ¡La condición utoprofética no ha de exigírsele al Estado desde fuera, sino desde su propio interior! Cuando la carga utoprofética de la sociedad civil sea mucho mayor que la burocracia inercial del Estado, el desorden público estará asegurado, así como la violencia supuestamente antisubversiva que en esos casos suele ejercer el Estado hasta límites insospechados.

¿Dentro de ese mínimo estado, existiría una función pública o un servicio público: ambos o sólo el último?

Conviene recordar en primer lugar que función pública y servicio público son lo mismo en un Estado personalista y comunitario. Si el Estado no funciona como servidor público, no es Estado sino dictadura, o dictablanda usurpadora. Y, si sus funcionarios tampoco funcionan como servidores públicos, son cómplices de la correspondiente perversión estatal contra el pueblo. No sirve, pues, el lema iusromano virtutes Stati splendida vitia (las virtudes del Estado son espléndidos vicios), aunque pretendan presentarse como tales desde el poder autosacralizador. Todo Estado, y no olvidemos que el Estado mínimo es Estado, una vez sometido a cura de adelgazamiento y de catarsis o purificación interior, necesita funcionarios-servidores públicos para ejercer su dimensión pública, que es la de servir al pueblo. No puede darse ningún Estado dentro del Estado. Sería gravemente erróneo entender el Estado mínimo como una cápsula de oxígeno dentro de un Estado máximo, es decir, máximamente inmoral. El Estado máximo es un cuerpo abúlico y desmesuradamente grasiento que necesita de una cura de humildad y de sanación. Sobran funcionarios "al servicio del Estado", dedicados a sostener su enormidad innecesaria y de paso, desde ella, a añadir la propia grasa. Esta catarsis en el interior del Estado resultará más costosa que ninguna otra, pues los empleados del Estado máximo no estarán dispuestos a su propia desaparición. Y además, por el lado de las jerarquías, convencidas de que quien pierde peso pierde poder (la jerarquía siempre confunde masa muscular con peso y poder con poderío), las resistencias serán máximas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Expresa tu opinión