viernes, 3 de febrero de 2012

El extraño que come en tu vajilla

Ayer 2 de febrero en el Parador de Zafra presentamos el libro de nuestro joven poeta Francisco José Najarro Lachazo. La intervención de PPK fue reveladora de las destrezas del poeta. Por ello os dejo con casi la totalidad de su presentación, que amablemente nos ha cedido:

El libro consta de 41 poemas, con títulos muy breves, la mayoría de una sola palabra. El verso, con un predominio casi absoluto del endecasílabo, cede el paso en contadas ocasiones al heptasílabo. El verso libre, tan en boga en la poesía actual, no aparece en todo el poemario. En palabras del autor: “Me asusta mi incapacidad para escribir en verso libre, me siento muy inseguro, necesito marcar unas normas previas”. Entre todos los poemas que componen el libro solo aparecen un soneto y una sextina. El resto son combinaciones de creación propia, desnudas de rima. El soneto es el poema estrófico por antonomasia de la poesía española. Cualquier poeta que se precie suele probar suerte con él. Lo de la sextina ya es más raro. Es una estrofa inventada por Arnaut Daniel, trovador provenzal del siglo XII, y que tiene una dificultad extrema por la agrupación fija de los versos y la repetición de las palabras-rima en todas las estrofas. Hasta ahora, nuestro poeta ha publicado una sextina en cada libro.

Encabezan el libro dos citas: una de Miguel Hernández y otra de Antonio Porchia; una sobre el amor y la otra de tono metafísico. Precisamente los dos temas más recurrentes del libro.

La poesía de Paco se puede calificar como cercana, cálida e incluso familiar. Las dedicatorias van para su abuelo y su novia. Tampoco debe ser casual que el libro se abra con el poema titulado Imagen y semejanza, dedicado a sus padres, y se cierre con Infinito, dedicado a Cristina. Es decir, el origen y el destino, el alfa y el omega.

Su poesía tiene un tono conversacional, se desarrolla en un medio urbano y trata temas cotidianos (como la incomunicación en el poema titulado “Político”), lo que ha hecho que algunos lo sitúen en ese magma que se ha dado en llamar “poesía de la experiencia”. Pero su poesía no se queda en la corteza, va más allá. Como decía Juan Ramón: “que por mí vayan los que no las conocen a las cosas”. Es decir, la poesía como medio de conocimiento; del yo y de lo que me rodea. Ese mismo conocimiento le lleva a ser consciente del dolor de vivir, como en “Poe(mi)ca”. Esa angustia también se trasluce en el último verso del único soneto del poemario, “Estatua doméstica”: “vivir es lo terrible de la muerte”, donde ese trueque entre vida y muerte le da un aire original frente al planteamiento clásico de este tema en que lo terrible de la vida es la muerte. En la misma línea, la sextina de que hablábamos antes, que es puro artificio, no se queda en lo superficial y recrea el tópico barroco del “tempus fugit”, en unos versos que hubiera firmado Quevedo: “Porque apagamos, al soplar, los años/ y no las velas, es la vida juego”. Este recurso, la hipálage (consistente en atribuir una cualidad de una palabra a otra, que no le corresponde, pero que está próxima), es muy del gusto de nuestro poeta; así habla de la “tumba muerta de mi abuela” o del “húmedo azul del dormitorio”. Incluso, en un esfuerzo por llegar más allá, nos entrega una hipálage sumada a una sinestesia (donde los sentidos se confunden), cuando habla de un “viejo de mirada verde”.

Ese lenguaje conversacional, cercano, aparece muy nítido en el poema “Lo que trae el cielo”, donde el interlocutor es un “vosotros”, que nos acerca al relato oral y no a la lectura individual: “Os juro que era un hombre, que la gente/ vino sólo para mirar a un hombre”.

Que hayamos hablado de un poeta urbano no le hace renegar de sus orígenes, como ya se ha dicho. En el poema “Tierra” (dedicado a su Extremadura natal) nos habla del círculo vital de unos agricultores apegados a su tierra, en una suerte de noria de la que no pueden o no quieren salir.

Las citas mitológicas, escasas, son referencias que potencian el poema; nunca un alarde culturalista. También usa nuestro autor lo que algunos llaman la palabra anti-poética, como decía nuestro común admirado Ángel González, “Aquí está permitido/ fijar carteles,/ tirar escombros, hacer aguas (…) Esto es un poema/ mantén sucia la estrofa, / escupe dentro”. Por eso, aparecen en el libro palabras como sanguijuela, arrebañar, váter, oso hormiguero, garrapatas, azafato... Por contra, aparece algún que otro neologismo de invención propia como “Es extraño el exilio de los árboles/ que avenidan sin rumbo la ciudad”. Las metáforas son sencillas, sin caer en lo simple, según definición del propio poeta. Así, en el poema “Senderismo”, los dedos de los pies de la amada son “pirenaicos”, en una bella imagen, que recuerda a los “dedos peninsulares” de que habla Neruda en un poema.

A diferencia de la Vespa amarilla, donde el amante sufre constantemente la ausencia de la amada y rara vez hay un canto gozoso al amor, en este poemario, el amor dichoso está más presente; además, se hace más carnal, más pasional. Incluso esto es así en un poema que pasaría por metafísico, es decir, poco o nada apegado a lo material como “Visita”, que nos recuerda al celéberrimo soneto quevediano de “Amor constante más allá de la muerte”, donde el poeta barroco desafiaba a las leyes naturales para seguir amando después de la muerte. Pues bien, Paco da una vuelta de tuerca más y los amantes llegan a amarse físicamente, carnalmente tras la muerte: “Haremos el amor después de muertos, desordenándonos el esqueleto”.

Como vivimos en tiempos descreídos y los verdaderos artistas proponen romper normas, saltarse clichés establecidos o re-crear lo que han heredado de la tradición, nuestro invitado también aporta un género, mezcla de otros ya existentes, que yo me atrevo a denominar “greguerrelato” o greguería-secuencia, que nacería de la mezcla del género ramoniano y el microrrelato, tan de moda en nuestros días. Leamos “El novio gordo”: Ella sólo podía comer caracoles. Era una extraña enfermedad. Cualquier otro alimento haría que su estómago se encogiese hasta desaparecer, como un truco final. Por eso era tan promiscua, porque besaba a todo aquel recién comido para probar otros sabores. Pero se enamoró y murió por un empacho. Al mismo género podrían adscribirse los poemas titulados “Cazafantasmas” o “Director”.

El humor recorre transversalmente el libro. Así, en “El negociador”, utilizando el lenguaje propio de los policías que negocian con los delincuentes en el cine americano, el sujeto lírico llega a un trato para después de una serie de condiciones impuestas, en un giro humorístico, lanzarse a una guerra de almohadas con la amada.

En la misma línea del microrrelato y el humor encontramos el poema titulado “Ecologista” que nos recuerda al mejor Monterroso: Tanto tiempo pasó dentro del agua, que el agua se lo bebió. Parecía un patito de goma con el que ni el niño más pobre del mundo querría jugar, por triste y desinflado.

El amor es una fuerza incontrolable, que lo puede trastocar todo; por ejemplo en “Inquilina” donde una especie de “polstergeis” revuelve toda la casa desde que ella vive allí: unas paredes que susurran, un váter que solloza o una bóveda que tose.

El libro, cuyo título sale de un verso del poema “Mudanza”, se abría con un poema dedicado a sus padres. Y se cierra con un poema muy breve titulado “Infinito”: “No puedo escribir una palabra más larga que esta: tú”. Donde, paradójicamente, todo cabe. Un monosílabo es capaz de abarcarlo todo, si ese monosílabo eres tú, dice el poeta.

Es, en definitiva, un poemario donde tienen cabida lo carnal y lo metafísico, el sentimiento y el pensamiento. Un libro que se nos presenta con esa sencilla claridad con que escribe su admirado Claudio Rodríguez (otro poeta precoz, como Paco). Un libro, al que para ser solamente el segundo del autor, no se le notan las costuras. Es decir, un libro que ya apunta a una voz personal, como él mismo dice: “Me preocupa quedarme estancado, no avanzar en la creación”. En ese camino hacia la obra suya, propia, personal se encuentra nuestro poeta.